El aguará guazú (Chrysocyon brachyurus) es una de las especies más enigmáticas de la fauna sudamericana. Aunque su apariencia sugiere parentesco con zorros o lobos, lo cierto es que no pertenece a ninguno de estos grupos: es el único representante de su género, y su línea evolutiva no tiene parientes vivos cercanos. Su origen se remonta a un ancestro común extinto hace más de seis millones de años.
A diferencia de otros cánidos, el aguará guazú no forma manadas ni vive en pareja permanente. Es un animal estrictamente solitario, con un territorio de hasta 30 km² que recorre silenciosamente gracias a sus patas largas, adaptadas para caminar por pastizales y zonas húmedas.
Un dato poco difundido es que el aguará guazú depende en gran medida de una planta: el Solanum lycocarpum, también conocida como "fruta del lobo". Este fruto, similar a un tomate silvestre, es esencial para su dieta y tiene propiedades antiparasitarias. Se ha documentado que los ejemplares en estado silvestre consumen esta fruta de forma selectiva, lo cual sugiere una conducta alimenticia aprendida o heredada.
Además, sus vocalizaciones son únicas dentro de su familia: emite una especie de ladrido grave y profundo que puede oírse a más de un kilómetro de distancia. Esta llamada cumple una función territorial, especialmente durante la época reproductiva.
En algunas regiones, esta especie ha vuelto a aparecer tras décadas sin registros. Se han reportado avistamientos recientes en zonas donde se creía extinta, lo cual podría indicar una lenta recuperación poblacional. Sin embargo, su presencia continúa amenazada por el avance de la frontera agropecuaria, la fragmentación del hábitat y la circulación vehicular en áreas rurales.
Estudiar al aguará guazú no solo permite comprender mejor los ecosistemas donde habita, sino también rescatar conocimientos tradicionales. En varias culturas originarias, este animal era considerado un espíritu guardián de los campos, asociado a la sabiduría y la protección del entorno.
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